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A las ordenes de mi señor por Ana Peláez

¡Hola chicos! ¿Cómo os va la vida? Espero y deseo que muy bien. Ya sé, ya sé, todo se puede mejorar, pero yo soy de las que piensan que hay que saber vivir el momento y para mi cada minuto que paso con el teléfono erótico son como dos días de vida. Sí, no exagero, disfruto como una loca, y lo bueno es que cada día me gusta más dar y recibir placer a través del teléfono caliente.

Además, desde el momento que decidí colgar en la web las nuevas fotitos que yo misma me tomé pues tengo más llamadas de hombres y mujeres deseosos de compartir los momentos más tórridos que os podáis imaginar.

Y esas fotos, tienen historia, las puse después de una experiencia con un hombre apuesto, viril, simpático, todo un caballero. Se lo prometí después de una noche de pasión y ahí están, para vuestro disfrute.

A todas y todos les gusta, pero no, no me he operado las tetas, como ya sabéis la naturaleza es sabia y le de a cada una lo que necesita para comer. Y mis tetas son mi mejor arma de trabajo.

Bueno, eso es broma, todo cuenta. Pero si, ya me he acostumbrado a ir todo el día por mi casita con las tetas al aire, se acabó la opresión de la lencería. Total, no creo que con el deporte que hago se vayan a poner ahora a colgar.

UNA EXPERIENCIA ÚNICA EN LA LINEA ERÓTICA

Como os contaba, llamó una noche, sobre las diez, su voz era aterciopelada, misteriosa, educada, un hombre que parecía hablar en voz baja, sin estridencias, sin vaciles tontos, como ya dije, todo un caballero.

• Buenas noches Princesa. Mi nombre es Jorge.

• Hola, buenas noches, como sabes, el mío es Ana

• Si, lo sé, y me encanta, todas las “Anas” que he conocido han marcado de alguna manera mi vida, y claro, por ello te elegí.

• Vaya, por lo menos tu no me dices que es por mi pecho.

• Te seré sincero, es que mirando la web me has sorprendido, has sido para mi como una grata sorpresa y me ha gustado todo. Tu cuerpo, tu sonrisa, todo, y ahora que hablo contigo, hasta tu voz también.

• Muchas gracias Jorge, sobre la voz tu ya sabrás que la tienes preciosa.

• Bueno, alguna vez me lo han dicho, pero pocas.

• Pues te lo confirmo yo que si que escucho muchas al día.

• Viniendo de ti, entonces empezaré a creérmelo.

• Si, así es.

• Eres un encanto.

• Gracias, y tu me caes bien, no sé eres enigmático, pero en el buen sentido, siento mucha curiosidad por saber más de ti. O como eres, por ejemplo.

• Vaya, gracias. Pues te diré que tengo 40 años recién cumplidos, soy un hombre que vive solo, deportista, y me paso la vida entre números, soy corredor de bolsa; un estrés que sufro todas las mañanas pero que desaparece cuando llego a casa pronto y me relajo con una buena copa y por supuesto buena música.

• Muy equilibrado pareces.

• Si, mucho, pero con unas fantasías fuera de lo común

• Pues ya somos dos. Mi mente no para de imaginar cosas, situaciones en las que me gustaría estar, no sé, cómo ser tratada a veces. Bueno, cosas mías.

• Las podríamos compartir.

• Pues ahora que lo dices, tampoco sería mala idea.

• ¿Decías como ser tratada?

• Si, eso mismo.

• Bueno es amplio el concepto, para mi eres una princesa a la que quisiera que se sintiera junto a un rey.

• ¿Y no mejor un príncipe?

• Yo prefiero sentirme Rey, al fin y cabo los príncipes son una serie de personas que no hacen nada, aún no han demostrado su valor, y tampoco se sabe si lo tendrán. Sin embargo los Reyes si tienen el poder en sus manos.

• Eso es cierto, pero muchos reyes no tienen valor, ni coraje, ni fuerza.

• Yo si, de todo lo que has dicho me sobra, además de ser un buen amante. Algo propio de Reyes.

• Vaya, mi Rey, que seguro te sientes de ti mismo.

• Bueno, me gusta ofrecer buena compañía.

• Y lo eres, lo eres.

• Me gustaría sentirte mucho más cerca.

• Estoy a tu lado cielo.

• Mucho más, más todavía. Pero para eso creo que lo mejor es que me vayas haciendo caso en todo lo que te diga. Si?

• Claro, encantada.

• A ver, yo me estoy ya quitando la camisa, ya he tirado al sofá la chaqueta y la corbata.

• Me encantan los hombres que visten así.

• Quiero que cojas mi corbata, que te la pongas en los ojos, de tal manera que no veas nada y te relajes.

• Bien, bien, cumplo sus ordenes mi Rey.

• Así me gusta mi princesa. Ya sabes, bien apretado.

• Si, claro, si.

• Ahora túmbate, en la cama preferiblemente.

• De acuerdo.

• Iré pasando mi polla por tu cuerpo, ahora que ya me he quedado desnudo.

Había escuchado el sonido de los zapatos, además también el del cinturón al caer al suelo.

Me hablaba de manera ceremoniosa, como si ya lo tuviera todo estudiado. Yo me aceleraba cada vez más, su voz era tan excitante, su manera de hablarme tan provocadora que me encontraba a su merced.

• Ahora llego con mis manos a tu cintura, te bajo las bragas. Las arranco mejor.

• Si, me gusta que lo hagas, son negras y minúsculas, bueno eran.

• Ahora te pido que te quedes sentada en la cama. Yo me pondré de rodillas frente a ti.

• Ahora cojo tus manos, quiero que me la cojas con las dos manos, que la lleves a donde desees.

Me apetecía colocarla ya encima de mi clítoris, estaba muy encendida, pero no era eso lo que él desearía, así que le empecé a relatar como la lamía, como la ensalivaba para finalmente llevármela a la boca.

• Um, Que placer más absoluto. Estás cogiendo mi tótem sagrado y lamiendo ese néctar tan divino que suelta. Sólo las elegidas tienen esa oportunidad.

• Pues muchas gracias mi Rey.

• Mi señor, mejor mi señor.

• Ok, mi señor.

• Princesa, quiero agarrarte por la nuca y comenzar a ser yo quien dirija los pasos. Deseo una penetración más rápida y profunda de mi pene dentro de tu boquita.

• Mi señor, hasta donde pueda, a pesar de que me den arcadas, no me importará. Siento ese jugo celestial en mi boca, pero lo quiero todo.

• Eso está bien princesa. Lo tendrás.

• Gracias mi señor.

Gozaba como sumisa, daba cada uno de los pasos que él me decía. Y lo hacía con una entrega total. Sentía que era de su propiedad. Ya os decía que ese hombre tenía un carácter enigmático que estaba descubriendo, y me gustaba.

JUGANDO CON EL CONSOLADOR

A todo esto me coloqué un consolador por el culo. Subía y bajaba lentamente dejando que se introdujera dentro de mi. Me dolía un poco, pero ese sufrimiento compensaba con el placer de estar con aquel tipo duro.

• Para, para princesa, no quiero derramar mi preciado semen en tu boca, lo reservaré para luego.

• Lo que usted ordene mi señor.

• ¿Serás capaz de atarte los pies tu solita?

• Claro mi señor, tengo juguetes, cuerdas, látigos.

• Pues quítate la corbata con cuidado, ahora no verás bien por el exceso de luz, pero deseo que envuelvas tus bragas en una cuerda y que te ates. Yo mientras me quedaré mirándote encima de la cama.

• Si mi señor, voy a por la cuerda.

• Así, princesa, así.

• Ya la tengo, comienzo a atarme los pies.

• Mientras quiero pasar la punta de un palo de golf por tus preciosas tetas.

• Um, que frío está.

• Si, desde luego, se me han puesto como piedras.

• De eso se trata, te iré dando golpecitos hasta que estés bien atada.

• Me queda poco. Ya casi está.

• Pues los golpes irán subiendo de intensidad. Un movimiento rápido y seco.

• Um, creo que a este paso no acabaré nunca de atarme, me excita tanto que me de esos golpecitos mi señor.

• Serán dolorosos si no terminas de atarte.

• Ya acabé. Ahora apenas me puedo mover.

• De eso se trata princesa.

• Ya veo, ya.

• Ahora túmbate.

• Si, mi señor.

• Pasearé mi palo de golf por tu clítoris, sentirás el frío metal sobre ti; mientras me observarás de pie, en lo alto de la cama como el Rey que soy y al que debes rendir pleitesía.

• Estoy a su merced, mi señor.

• Buena chica. Muy buena chica, de las más obedientes que he conocido.

• Claro señor, sólo cumplo sus deseos.

• Ahora jugaremos al coño chino.

• Pues no lo conozco señor.

• Ja, ja, ja. Todas me dicen lo mismo. Es algo propio, inventado por mi accidentalmente, pero muy placentero. Ya lo verás.

• Estoy deseando jugar mi señor.

• Pues allá vamos, te dolerá, pero te recordará a tus primeros pasitos por el mundo del sexo.

• Fueron geniales, me encantará recordarlos mi señor.

• Me pongo encima de ti, te beso como un lobo, mordisqueando los labios, los lóbulos de las orejas, todo!

• Si, si, así mi señor.

• Y ahora con la mano te lo abro entero, pero no con dos deditos, eso son mariconadas, con toda la mano.
Guau, que ímpetu mi señor.

• Y llega el momento, la pongo delante de la boca de tu coño y empujo con todas mis fuerzas.
No puedo abrirme bien mi señor, tengo los pies tan atados por los tobillos que apenas si me deja espatarrarme.

• Es que no lo harás, ni mucho menos, te la meteré por el coño como si fueras virgen, apretando mucho y con fuerza!

• Si, entra, poco a poco, pero entra, ¡qué placer!

• Pues así, pero del todo.

Empezó a bombear sin parar, yo sentía como se abría paso a pesar de no poder abrirme casi nada. Pero era fantástico, mis tobillos atados eran mis mejores aliados. Además el consolador del culo iba dándome doble placer.

• Vamos mi princesa, vamos, muévete, estás a punto de ser bañada por el semen de un Rey.

• Me muevo mi señor, quiero más, más potencia, me está reventando

• ¿Acaso dudas de mi fuerza?

• ¡No! Mi señor, no. Pero soy su esclava, quiero que me penetre hasta donde quiera sin piedad.

• Ahora si que voy a acelerar para soltarte todo mi lechazo mientras muerdo tus pezones.

Me tenía loca, pero antes de que se corriera y luego me dejara a dos velas, yo le di movimiento al consolador, y llegó el momento, me corrí como una perra mientras de su boca salían las palabras más sucias pero excitantes.

• Ahora, ahora, ahora, me corro, me corro, y no la pienso sacar hasta que sepa que todo está bien dentro.

Me había corrido yo de tal manera que parecía que mis propios jugos eran su lefa. Disfrutaba viendo como él gozaba y no paraba de hablar. Yo apenas le contestaba con monosílabos. Quería disfrutar al máximo.

• Has superado la primera prueba para ser digna de mi – me comentó con un tono arrogante pero a la vez cautivador.

• Gracias mi señor, muchas gracias.

• A partir de ahora serás de mi propiedad, de mi antojo, y estarás disponible para mi siempre que yo lo desee.

• Si mi señor

• Así será.

Se despidió no sin antes recordármelo unas cuantas veces, me gustaba la idea. Y no era un farol, a la mañana siguiente, mientras estaba trabajando con su movidas financieras, me hizo unos encargos para la tarde. Unos juguetes con los que ambos vimos las estrellas de tanto placer.

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